De la fijación a la eficiencia: nuevo manejo del fósforo
El fósforo es vital para el desarrollo radicular y la nodulación, pero su baja movilidad y las pérdidas por fijación reducen drásticamente su aprovechamiento. Las fuentes líquidas arrancadoras, con fósforo 100 % disponible, cambian el paradigma al combinar alta eficiencia agronómica con sustentabilidad y ahorro operativo.
El fósforo (P) cumple un rol determinante en el desarrollo inicial de la soja, influyendo en la formación de raíces, la nodulación y la fijación biológica de nitrógeno. En los sistemas agrícolas argentinos, donde predominan los suelos con balances negativos de nutrientes y un uso intensivo del recurso, la disponibilidad efectiva de fósforo se ha convertido en un factor crítico para la productividad y la sustentabilidad. Según datos de Fertilizar Asociación Civil (2023), más del 70 % de los lotes agrícolas del país presentan niveles de fósforo Bray por debajo del umbral crítico (15 ppm), lo que limita el rendimiento potencial de la soja en más de un 15 % en muchas regiones productivas.
Impacto de las aplicaciones tradicionales
El fósforo es un elemento esencial, pero de baja movilidad en el suelo. Una vez aplicado, solo una fracción menor —entre el 15 y el 30 %— queda disponible para la absorción radicular en el corto plazo. El resto se inmoviliza al reaccionar con los minerales del suelo. En suelos ácidos del NEA o del norte de Santa Fe, el fósforo forma compuestos insolubles con hierro y aluminio; mientras que en suelos alcalinos de la región pampeana y del NOA, se fija al calcio formando fosfatos tricálcicos. Esta dinámica, descripta por INTA Balcarce y la Red de Nutrición CREA (2022), genera una pérdida de eficiencia que no solo limita la respuesta del cultivo, sino que deteriora progresivamente la fertilidad del suelo, al no reponerse el fósforo extraído con las cosechas.
A esto se suman procesos de adsorción y oclusión: el fósforo se adhiere a la superficie de las arcillas y óxidos de hierro o queda atrapado en minerales secundarios, reduciendo aún más la fracción disponible. Estudios del INTA Manfredi (2021) señalan que este comportamiento explica por qué, incluso en suelos con altos contenidos totales de fósforo, las mediciones de P-Bray disponibles para la planta son bajas.
La consecuencia práctica es que el productor aplica dosis elevadas sin lograr respuestas proporcionales en rendimiento.
A diferencia del nitrógeno, el fósforo no se pierde por lixiviación, pero sí por erosión hídrica y escorrentía superficial, especialmente en suelos sin cobertura o con pendientes. Este fenómeno, medido por la Aapresid (2022) a través de su Red de Agricultura Sustentable, demuestra que la pérdida de apenas un milímetro de suelo por año puede significar hasta 0,5 kg de fósforo perdido por hectárea. En términos ambientales, este fósforo arrastrado hacia cursos de agua se convierte en un agente de eutrofización, generando proliferación de algas, consumo de oxígeno y deterioro de la calidad del agua. La Comisión de Medio Ambiente del INTA (2020) advierte que este proceso ya es visible en lagunas del centro bonaerense y cuencas del Paraná inferior, donde la agricultura intensiva sin reposición equilibrada de nutrientes ha incrementado la concentración de fósforo reactivo disuelto.
Las fuentes tradicionales de fósforo más utilizadas en Argentina —como el superfosfato triple (TSP), el superfosfato simple (SSP) y el fosfato monoamónico (MAP)— presentan limitaciones estructurales. Requieren procesos de disolución y transformación en el suelo antes de estar disponibles para la planta, lo que implica tiempos prolongados y pérdidas por fijación. Además, cuando se aplican superficialmente en sistemas de siembra directa, la reacción con los cationes del suelo acelera su inmovilización.
Según el Observatorio de Suelos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (2024), la eficiencia real de estas fuentes raramente supera el 25 %. En consecuencia, gran parte del fósforo aplicado permanece inaccesible, afectando la economía del productor y la sustentabilidad del sistema.
El fósforo aplicado en forma mineral atraviesa un proceso complejo hasta transformarse en iones fosfato (H₂PO₄⁻ o HPO₄²⁻), las formas que la planta puede absorber. Esta disolución depende del pH, la temperatura, la humedad y la actividad biológica del suelo. En suelos fríos o compactados, la baja actividad microbiana retrasa esta transformación, generando deficiencias tempranas.
Un paso hacia la eficiencia
Ensayos de la Red de Nutrición CREA y Fertilizar AC (2022–2023) demostraron que una nutrición inicial con fósforo disponible mejora el crecimiento radicular y la nodulación, aumentando la eficiencia en la fijación de nitrógeno y el rendimiento final de la soja entre un 8 % y un 15 %, según la zona y el nivel de P de base.
En este contexto, las fuentes arrancadoras líquidas con fósforo 100 % disponible representan un cambio tecnológico profundo.
Estas formulaciones, basadas en ortofosfatos o moléculas estabilizadas que no reaccionan con los cationes del suelo, ofrecen fósforo en forma totalmente soluble desde el momento de la aplicación. Ensayos conducidos por INTA Oliveros y Fertilizar AC (2023) mostraron incrementos de emergencia y desarrollo radicular en soja al aplicar fuentes líquidas de fósforo junto a la semilla, con una eficiencia de uso superior al 90 %.
Además de su impacto positivo en el cultivo, estas fuentes líquidas aportan beneficios ambientales y operativos. Al reducir la dosis por hectárea, minimizan la carga de fósforo potencialmente movilizable hacia los cuerpos de agua, disminuyendo el riesgo de contaminación. Desde el punto de vista logístico, permiten una aplicación más simple y precisa, compatible con equipos de siembra de última generación, y eliminan tareas de manipulación y mezclado de sólidos. Por su rápida disponibilidad y alta eficiencia, reducen los costos operativos y mejoran el retorno por kilo de nutriente aplicado.
MAPLIQUID es un fertilizante líquido en solución, a base de fosfatos minerales que combina nitrógeno amoniacal y fósforo en una solución estable. Su principal ventaja radica en la alta disponibilidad del fósforo en forma de ortofosfato, que es la forma directamente asimilable por las raíces del maíz. Esto lo convierte en una herramienta sumamente eficiente en etapas tempranas, donde la demanda del cultivo y las condiciones ambientales limitan la mineralización y el acceso a fósforo en el suelo.
En definitiva, la adopción de fuentes líquidas de fósforo 100 % disponible marca una transición hacia una fertilización más eficiente, rentable y ambientalmente responsable. Su utilización en la siembra de soja no solo mejora el crecimiento inicial y la nodulación, sino que también representa un paso firme hacia la sostenibilidad productiva que proponen entidades como Fertilizar AC, INTA y Aapresid, consolidando una agricultura moderna basada en el conocimiento, la eficiencia y el cuidado del recurso suelo.
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